Homilía de Mons. Stöckler en la Ordenación Episcopal

Homilía
A continuación el texto de la homilía que Mons. Stöckler hizo minutos antes del rito de consagración episcopal.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Lo que hoy nos ha convocado, no es solamente el aprecio personal que sentimos para con el que va a ser ordenado Obispo, sino la trascendencia de la misión que se le confía. Es la misma misión que se inició con Jesús, el enviado del Padre, cuando recorría su pequeño país y manifestaba con su prédica y con prodigios poderosos que había llegado un Reino nuevo y diferente. En una oportunidad eligió ante una multitud de seguidores a doce hombres para que lo acompañaran y fueran testigos oculares de su acción. Apóstoles los llamó, Enviados. Los preparó como futuros responsables de la Evangelización. Después de su resurrección les dio poder con el mandato de ir hasta los confines de la tierra para anunciar el Reino de Dios y trasmitir lo que habían aprendido a su lado. Ellos empezaron a recorrer el mundo conocido de aquel entonces, predicaban, bautizaban, formaban comunidades según el modelo que habían aprendido con el Maestro; y trasmitían el poder que habían recibido de Él, a hombres que quedaban a cargo de las comunidades. Eran los primeros Obispos quienes, a su vez, pasaban este poder a la próxima generación de obispos; y así en adelante, ininterrumpidamente, se ha garantizada la sucesión de los Apóstoles. Esto mismo sucederá hoy aquí, cuando los obispos presentes trasmiten el poder apostólico, por la imposición de sus manos y su oración, al Padre Marcelo, quien así queda integrado en el Colegio de los Obispos.
Un nuevo obispo suele despertar muchas expectativas. Lo que el pueblo de Dios espera es, antes que nada, que sea un buen Pastor, dispuesto a dar la vida por su rebaño. Y tienen razón, porque en la ordenación el obispo recibe el don del Espíritu, por el cual el mismo Jesucristo se hace uno con él. Esta presencia interior del Buen Pastor resucitado lo ubica al obispo, tanto para no sobredimensionar su propio yo, cuanto para liberarse de falsas inhibiciones. Recordemos las palabras de Cristo a los Apóstoles: “Quien los escucha, a mí me escucha; quien los rechaza, a mí me rechaza”. Lo que se espera de un Pastor, está dicho con un sola frase en los “Hechos de los Apóstoles”, donde se habla de la primera comunidad cristiana; esta comunidad modelo, que siempre de nuevo ha inspirado la renovación del Iglesia. Dice ahí: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). Lo que aquí se refleja es precisamente, lo que los Apóstoles habían aprendido con su Maestro: convocar, enseñar, compartir, orar.
Convocar.
Fue esto lo que hizo primero Cristo, después los apóstoles, y lo que debe hacer el obispo. Porque la salvación no se realiza solamente de un modo secreto en el alma. Dios quiere establecer su Reino por la comunión fraterna entre los hombres. Para esto hay que moverse y llegar adonde está la gente. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos en América Latina, recorrió varias veces su enorme diócesis del Perú. El Obispo es misionero. Sobre eso, las diócesis extensas en el interior de nuestro país no permiten ninguna duda. La cercanía del pastor alienta a los fieles para reunirse y formar comunidades activas. Porque, donde está el obispo, ahí está la Iglesia. Los presbíteros, principales colaboradores del obispo, y los diáconos le ayudan en esta misión. Y cuando no alcanzan, tanto más los laicos deberán ponerse a disposición de su pastor. Porque donde está la Iglesia , ahí está Cristo quien nos hace hermanos y hermanas. En Él nos salvamos, y siempre juntos.
Enseñar.
Es la tarea primordial del obispo. Con fidelidad debe trasmitir la enseñanza de los apóstoles, que está en los libros sagrados y en la Tradición viva. Proclamar la Palabra oportuna e inoportunamente, y corregir siempre con paciencia y el deseo de enseñar, como insiste San Pablo con Timoteo, es una exigencia permanente. Anunciar el mensaje del evangelio de tal manera que toque el corazón y suscite un cambio profundo de la persona, es imprescindible cuando podemos observar que impunemente se banalizan valores claves para la familia, la educación y el pueblo. Motivar la lectura orante de la Biblia , instruir a las familias en la catequesis, conquistar buenos comunicadores en los medios, evangelizar el mundo de los docentes y dirigentes, son desafíos que aguardan a un obispo hoy.
Compartir.
La solidaridad ha sido y es otro signo de la vida apostólica. La comunión de los bienes que practicaban los primeros cristianos y con la cual nadie tenía que sufrir necesidad, llamaba la atención a los no cristianos que comentaban: “Miren, ¡cómo se aman!” El crecimiento de la pobreza y la exclusión que observamos en nuestro país, ciertamente no se solucionan con los recursos escasos de nuestras comunidades. Pero sería un pecado si aceptáramos resignadamente la injusticia social. El obispo, como padre y hermano de todos los que Dios le ha encomendado, debe procurar que nuestras comunidades estén abiertas a los débiles y pobres, y contrarresten la tendencia de una sociedad que abandona a los desamparados a su propia suerte.
Orar.
Finalmente, toda la actividad del obispo debe promover una auténtica pastoral y pedagogía de la santidad. Él ejerce su ministerio sobre todo a través de los sacramentos. En la oración y en el sacrificio eucarístico que ofrece por el pueblo a él encomendado, implora insistentemente la abundancia de la gracia, que procede de la plenitud de Cristo. Las comunidades lo esperan en sus capillas para que les trasmita los dones del Espíritu y los confirme en la fe. Y, más todavía los que se han alejado del rebaño, necesitan que el pastor los busque. Es éste el modo como él mismo se hará santo.
Querido Padre Marcelo:
Mucho de lo que tu futuro ministerio te pide, has podido ver en el obispo que te acompañó en tu formación sacerdotal; quien te ordenó presbítero y del cual has sido un fiel colaborador. Él fue un Defensor de todo hombre en su dignidad; un Padre de los pobres; un Promotor de la Unidad de los cristianos; y un Misionero incansable. Conociendo la vida de Monseñor Jorge Novak, se comprende lo que afirma el Papa Benedicto XVI: “Podría decirse que, en el Obispo, misión y vida se unen de tal manera que no se puede pensar en ellas como si fueran dos cosas distintas: Nosotros, obispos, somos nuestra propia misión. Si no la realizáramos, no seríamos nosotros mismos” (PG 31).
Te deseamos, querido Marcelo, que lo que se ha sembrado en ti en la Iglesia de Quilmes, dé buen fruto en todas partes. Que María Reina de los Apóstoles te cuide y te aliente siempre.

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