LA PASTORAL LITÚRGICA Y SU ORGANIZACIÓN

Ponencia para el Encuentro anual de Directores Diocesanos de Liturgia
Pilar, 8 al 10 de Agosto de 2005
Pbro. Cristian Gramlich

LA PASTORAL LITÚRGICA Y SU ORGANIZACIÓN

A continuación presento un elenco de cuestiones a considerar en orden a la organización de la pastoral litúrgica diocesana. En general son puntualizaciones que bien pueden enmarcar el trabajo de un grupo de liturgia parroquial pero aquí nos detendremos en la tarea de la Comisión diocesana de Liturgia (a partir de ahora CDL).

El marco general y el supuesto doctrinal siempre es la aspiración eclesial de recuperar el espíritu del Concilio Vaticano II, y esto tanto en orden a la praxis (el mejoramiento de las celebraciones, la catequesis litúrgica, la adaptación -inculturación-, etc.) como en orden a la mentalidad (la educación y la formación litúrgicas, la espiritualidad, la consideración de la liturgia y su sitio justo en la vida de la Iglesia, etc.). El presupuesto teológico fundamental y permanente es que “toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”. (SC 7). Este concepto fue incorporado en el derecho eclesial vigente en el c. 834 § 1, precisando que “este culto se tiene cuando se tributa en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia” (c. 834 § 2; cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1066-1209).

Por lo tanto, constituyen la liturgia de la Iglesia las celebraciones de los sacramentos y de los sacramentales (v.g. bendiciones, exequias, Liturgia de las Horas, etc.). Los ejercicios piadosos (v.g. novenas, procesiones, celebraciones de la palabra, vía crucis, etc.), si bien no son parte de la liturgia, deben ordenarse con ella (cf. SC 13).

Será importante tener siempre presente que:

1) el sujeto que celebra la liturgia es la asamblea, que tiene un presidente que es el ministro ordenado (obispo, presbítero o diácono) y en la cual otros desempeñan una diversidad de servicios litúrgicos (= carácter sinfónico y eclesial de la liturgia), todos al servicio de la asamblea[1];

2) que la liturgia está constituida esencialmente por signos, de modo que desde el gesto y la palabra, hasta el color y el objeto, todo se hace portante de un contenido trascendente: Dios en medio de su pueblo (= carácter simbólico y sacramental de la liturgia).

La palabra “liturgia” significa acción del pueblo en dos sentidos, a saber, servicio “de” y “al” pueblo. Es el pueblo todo el que debe ofrecer el sacrificio de Cristo y ofrecerse juntamente con Él. Esto quiere decir que tanto los ministros ordenados como los demás servidores deben obrar como parte del pueblo, dentro de la asamblea, celebrando con el pueblo y no ante él. A unos y otros el Concilio Vaticano II enseña que el objetivo de la renovación litúrgica, y por lo mismo de la pastoral litúrgica y del Equipo es la participación plena de todos los fieles en la liturgia, lo cual se explicita con tres adjetivos:

-la participación ha de ser activa, es decir, observando actitudes externas, por lo cual, “para promover la participación activa, se fomentarán las aclamaciones de la asamblea, los responsorios, la salmodia, las antífonas, los cantos y, también, las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese además, a su debido tiempo, un silencio sagrado” (SC 30).

-la participación, también, ha de ser consciente, lo cual significa que la participación exterior, activa como se ha dicho, ha de nacer del interior del bautizado, “para ello los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada” (SC 14b), a esto apunta, sobre todo, la catequesis litúrgica, cada día más necesaria.

-pero, por sobre todo, la participación ha de ser fructuosa. El Concilio Vaticano II prescribía al respecto: “Al restaurar y fomentar la sagrada liturgia, hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de toda la asamblea, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (SC 14b); “mas para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su mente en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina para no recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente” (SC 11).

El objetivo final, a manera de ideal, de la CDL será hacer que todos los fieles de la Diócesis participen plenamente de la liturgia. Pero la “experiencia espiritual cristiana no puede considerar la celebración ni como una estructura facultativa, ni como una estructura intermediaria, sino más bien como momento fundacional, lugar genético de la misma experiencia”[2]. Por tal razón, la CDL no puede limitarse a orientar los modos y dictaminar las pautas de las celebraciones, sino que ha de promover una genuina espiritualidad litúrgica en todos los fieles, entendiendo por tal “una actitud permanente o un estilo de vida cristiana basado en la asimilación y la identificación con Cristo, producidos por el bautismo y la confirmación y alimentados por la plena participación en la eucaristía, los sacramentos en general y la oración de la Iglesia, todo ello en el ámbito fundamental del año litúrgico y según el ritmo cíclico que le es propio”[3].

Aunque queda supuesto, vale la pena remarcar que si bien la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, cabe recordar que la pastoral litúrgica no debe ser referirse sólo a ella sino también a los demás sacramentos, a la Liturgia de las horas, al arte sagrado y la música.

LA COMISIÓN DIOCESANA DE LITURGIA EN LOS DOCUMENTOS

El documento conciliar sobre la Sagrada Liturgia en los nn. 43 y 45, alude explícitamente a la existencia de una Comisión de Liturgia en cada diócesis para promover la acción litúrgica bajo la orientación del Obispo. Y añade que, en cuanto sea posible, debe haber una también una Comisión de música y arte para la Liturgia, se entiende, en estrecha concordancia con la CDL o como partes de la misma.

La primera Instrucción posterior a la Sacrosanctum Concilium para su recta interpretación, llamada Inter Oecumenici, en el n.47, habla con más detalles de las tareas de la CDL. Indica que ésta debe
conocer la situación de la acción litúrgica pastoral de la diócesis,
acompañar las decisiones de la autoridad
promover estudios e iniciativas prácticas que puedan contribuir a dar impulso a la Liturgia,
sugerir líneas de trabajo pastoral aun para toda la diócesis,
llamar personas competentes que puedan ayudar a los sacerdotes en esta área, etc.

Además, debe haber una instancia de conexión con los demás organismos diocesanos para que la realidad teológica de la misma Liturgia como centro de la vida eclesial quede debidamente verificada en la organización pastoral de conjunto.


LA ORGANIZACIÓN


1. Conformación del equipo de trabajo

a. El Director diocesano: Liderazgo y dedicación de tiempo.

El animador de la CDL, habitualmente llamado “Director”, está llamado por la Iglesia a ejercer un verdadero ministerio que supone, espíritu de servicio, espíritu de comunión, mirada supraindividual y una buena dosis de sentido común.

Es imprescindible que disponga de tiempo cordial y real. Esto implica hacer un verdadero lugar en el corazón para acoger esta misión que la Iglesia le encomienda, más allá de que la deba combinar con otras responsabilidades pastorales. Al mismo tiempo planear una dedicación de tiempo de “buena calidad” para poder estar lo suficientemente presente en la tarea y animar a quienes delegará funciones.


b. Los integrantes: el espíritu que debe animarlos

Para formar parte de la CDL, y para que surja su perfil de equipo de animación litúrgica, es imprescindible sentir interiormente una vocación de servicio y de ayuda a la comunidad. Pertenecer al equipo no puede ser una moda, o una instancia de lucimiento, o una función por descarte rotativo; debe responder a una verdadera vocación, que signifique poner al servicio de la Iglesia los carismas dados por el Señor.

A su vez, la mente de quienes se integren a la CDL debe ser suficientemente “diocesana”, es decir, con capacidad para trascender la realidad particular de origen y adquirir una mirada, una ponderación de juicio y un sentimiento pastoral, verdaderamente diocesanos. El corazón de Jesús pastor, que busca abarcar a todos -los adelantados y los atrasados- debe ser el modelo a seguir.

En cuanto al criterio de la representatividad (miembros que representen diversos sectores del pueblo de Dios, o bien distintas áreas geográficas de la diócesis) hay que decir que es positivo en la teoría pero no siempre es compatible con la armonía que debe lograrse en el equipo de animación litúrgica, y puede resultar forzado. Quizás es un criterio de asimilación de integrantes a tener en cuenta como ideal pero no siempre puede resultar en las fases iniciales de la CDL y por ello no debe ser un criterio imperioso.

Como el Director, cada miembro de la CDL debería caracterizarse por el espíritu de servicio y el espíritu de comunión; indudablemente aparecerán carismas y capacidades diversas, dada la índole de este tipo de equipos. Será importante la capacidad de valoración de lo propio del hermano y la aceptación realista y humilde del propio carisma, que nunca busca sobresalir o imponerse.

La experiencia muestra que las cosas se realizan cuando la gente trabaja, se compromete, se involucra. Este talante debe ser obligatorio en el perfil buscado de quien conforma la CDL.

Es importante que todos los miembros estén abiertos a examinar, y dejarse examinar, en su propio rol; a veces, hay una vocación clara de pertenencia a esta área de la vida eclesial pero no hay igual claridad en cuál aspecto trabajar. Ese discernimiento debe realizarlo el interesado junto con el Director de la CDL.

Hay que evitar, o eventualmente resolver, situaciones anormales como personas nombradas como miembros de la CDL que poco o nada concurren a las reuniones de trabajo, o bien personas que estando presente nunca participan, o también personas que se mantienen inercialmente en su puesto durante demasiado tiempo, etc.


c. Áreas.

Como bien lo indica ya la SC, la Comisión diocesana de Liturgia debe abarcar áreas diversas. Hay muchos esquemas posibles de la división en áreas que se desprenden del vasto alcance que la CDL está llamada a tener.


Cuatro esquemas diferentes, entre muchos otros, pueden ser éstos que expongo como ejemplo:

esquema I (muy general)
liturgia en general, música, arquitectura/arte

esquema II
formación, servicios, música, arquitectura/arte

esquema III
celebraciones diocesanas, formación, subsidios, música, arquitectura, arte

esquema IV
espiritualidad, religiosidad popular, celebraciones diocesanas, formación, subsidios, música, arquitectura, arte, recursos, secretaría

¿De qué depende elegir uno de estos esquemas u otro? Habría que tener en cuenta dos puntos de vista y saber complementarlos. Primero el de las necesidades más urgentes; Segundo el de las personas con carismas adecuados -y a la vez las características señaladas antes-. Es decir, no se puede pensar en una comisión con muchas áreas cuando no se tienen agentes pastorales para cubrirlas; ni una comisión con áreas que luego no se concretan en la práctica por falta de destinatarios, etc. En otras palabras, será el diagnóstico de la realidad el que determinará las posibles áreas.

También es importante señalar que una comisión tiene que tener cierta ductilidad. Lo que puede servir para un trienio puede hacerse inútil para el trienio siguiente. En esto es necesario no ser demasiado esquemáticos.


d. Competencias específicas.

Los roles de los miembros deben estar bien determinados; es necesario que el Director de la CDL los explicite y no se conforme con enunciarlos una sola vez. Sabemos que muchas cosas dichas deben reiterarse para que se incorporen debidamente en la mente y el corazón.

El Director de la CDL debe tener un método de trabajo. Es importante pautar claramente las reuniones, la frecuencia de contacto entre él y los miembros (garantizando la posibilidad de contactos personales de él con cada miembro de la CDL). Deberá distinguir claramente lo que es necesario de lo que es meramente aconsejable; deberá también explicitar las prioridades -que pueden surgir del debate interno de la Comisión, pero que una vez definidas no deben cambiarse-; deberá vigilar por la coherencia y consecuencia del trabajo. Es decir, evitar lo cambiante, lo incierto, lo impreciso, lo “demasiado supuesto”, y por supuesto lo puramente temperamental.

Un rol importante es el Secretario o Secretaria. Con frecuencia esta persona es el verdadero “nervio” de la CDL. Sus características deben ser la de una persona con fuerte espíritu de comunión, clara dedicación al trabajo, mente clara, estilo ordenado y prolijo. Y cuidarse de convertirse (o sentirse) imprescindible.

En una comisión desarrollada puede haber personas responsabilizadas en el área “recursos económicos”, “material litúrgico”, “relaciones públicas”, “promoción y propaganda”, etc. Y `puede ser interesante alguien que se ocupe de la espiritualidad de los miembros (y que organice, p.e. jornadas o momentos “ad intra”).

Por último parece útil a la comunión y a la compenetración con todo el sentido litúrgico involucrar a todos los miembros de la CDL en algunas actividades “ad extra” (p.e. alguna celebración diocesana, algún curso general de formación, etc.), o bien hacerlos a la vez “delegados” de algún sector territorial de la diócesis, sobre todo si ésta es grande.


e. Frecuencia y estilo de las reuniones de trabajo.

¿Muchas o pocas reuniones? Parece mejor definir el estilo de las mismas y en consecuencia surgirá la frecuencia. Es oportuno que la reunión tenga momentos definidos: momento de oración, momento de revisión, momento panorámico, momento analítico, momento de distribución de responsabilidades y pautas.

1) momento de oración: Una CDL no se forja solamente con el trabajo. Es necesario crear fraternidad entre todos sus miembros, y hasta relaciones de amistad, profundizando en común la fe para tener los mismos sentimientos en Cristo Jesús (cf. Flp 2, 1-5). Esto no se logra sin orar en común, no sólo un rezo para empezar o concluir, sino un momento de oración espontánea, de recordar una frase bíblica relacionada con algún aspecto central del trabajo, de suplicar los unos por los otros, de agradecer la acción del Espíritu Santo en la Comisión y en la comunidad toda.

2) momento de revisión: Muchas veces la rutina y la inercia cunden entre los organismos pastorales, porque se planifica y ejecuta pero muy pocas veces se evalúa lo realizado. Por eso, la reunión de la CDL no debe comenzar por preparar las próximas actividades –así siempre haremos lo mismo, con las mismas luces y sombras- sino por revisar lo hecho. Para esto ayuda mucho el saber escuchar. Dentro del grupo, saber escucharse los unos a los otros, porque los no encargados de algún aspecto pueden aportar observaciones seguramente muy sugerentes a los encargados específicos. Y también habrá que saber escuchar a los que no forman parte de la CDL.

3) momento panorámico: Se trata aquí de ponerse en contexto diocesano. Con frecuencia la vida de la diócesis está marcada por algún acontecimiento, celebración o vivencia colectiva; también habrá influencias del momento social o cultural. Todo esto debe considerarse en función de una pastoral que siempre debe ser “encarnada” para que sea “acertada”.

4) momento analítico: Consiste en diseñar y desarrollar lo que es propio de la CDL en función de sus metas próximas (de las metas en sí se hablará más abajo). En el análisis de lo que debe organizarse y realizarse queda implícita la necesidad de la formación permanente. Más allá de momentos especiales de formación, conviene tener presente que la mejor manera de aprender es cuando la reflexión acompaña la acción y viceversa. Por lo tanto, los problemas que se encuentran en la práctica señalan los temas de estudio, los que una vez profundizados han de transformar la práctica. “Unas fotocopias de breves artículos o de esquemas, o la colaboración de algún conferenciante o de un miembro del grupo convenientemente preparado, pueden constituir una preciosa ayuda a la profundización de todos en el espíritu litúrgico y la motivación de su servicio a la comunidad”[4].

5) momento de distribución de responsabilidades y pautas: Debe ser breve y más bien confirmatorio de lo que se ha venido trabajando. Muchas veces ocurre en nuestras reuniones que aquello que se decide, por consenso o por determinación del Director, no siempre es registrado como vinculante y comprometedor. Por eso será necesario aquí “repasar” las responsabilidades que competen a los miembros de la CDL para las futuras acciones a desarrollar y los criterios que deben seguirse en esas acciones. Es un momento que pone en evidencia la equidad en la distribución de roles; ocurre a veces que la distribución de cargas no es equitativa.

La coordinación de la reunión, en nuestro estilo bastante informal, se hace imprescindible. El coordinador de la reunión, que puede no ser el Director diocesano, debe marcar los ritmos, los tiempos, evitar amablemente los desvíos del tema, la dispersión, o la superposición de voces. Habrá también que acotar los tiempos para que un tema no consuma la mayor parte del tiempo sometiendo así a la ligereza los temas restantes.

Habrá que insistir en la seriedad del trabajo, en la importancia de la puntualidad (llegar e irse a la hora fijada), en el espíritu positivo y colaborador, el clima de respeto y confianza a la vez, etc.

Conviene que el secretario o secretaria registre los puntos fundamentales de la reunión (acta) y los comunique en un momento posterior cercano a la fecha de la reunión. Puede adoptarse la costumbre de leer dicha acta al comenzar la reunión siguiente. estas actas constituyen así la memoria escrita de lo tratado en las reuniones de la CDL.


f. Mística y compromiso.

Ya se insinuaron elementos que hacen a la mística y al compromiso. Cada tanto conviene hacer explícita la necesidad de una mística propia de quien integra una Comisión de esta naturaleza. No parece superfluo recordar, una vez más, que en una CDL el espíritu eclesial debe prevalecer; las cuatro notas de la Iglesia (unidad, santidad, catolicidad, apostolicidad) inspiran todo un estilo personal de pertenencia y un estilo comunitario de trabajo y mentalidad.

La vida espiritual se hace imprescindible pues una CDL, en última instancia, es un instrumento del Señor y debe ser Él quien inspire y oriente la vida de sus hijos que peregrinan en el tiempo. Si la acción litúrgica es acción de Cristo y del Espíritu, esta verdad teológica no puede no verse plasmada en el espíritu y la convicción de quienes trabajan en esta área.

A su vez, la dimensión mística y espiritual, imprescindible en todos los miembros de la CDL, debe ser acompañada por un claro sentido común y un modo realista y objetivo de ser y percibir la realidad evitando ser desencarnados. Asimismo no está de más subrayar la importancia de un espíritu de conversión constante para buscar resplandecer por la caridad.

2. Diagnóstico diocesano

El diagnóstico de la realidad es el punto de partida de cualquier trabajo serio que aspire a un servicio efectivo a dicha realidad. De allí que debe hacerse con eficacia y precisión; pulsar los signos de los tiempos, detectar necesidades y carencias, identificar fortalezas y posibilidades, será tarea de toda la CDL.

Si bien, en general tenemos una tendencia al diagnóstico y una carencia en los pasos siguientes, debemos admitir que nuestra apreciación de la realidad muchas veces es apresurada e imprecisa, cuando no parcial o condicionada por prejuicios. De allí que debamos acudir a un método serio y claro para el diagnóstico.

Al mismo tiempo, realizado el diagnóstico y apreciado correctamente su resultado, es necesario avanzar decididamente a la respuesta que pide la “tal” realidad.

A la hora de establecer pautas para un relevamiento de la realidad en materia de pastoral litúrgica, puede inspirar la encuesta realizada hace diez años por la Comisión Episcopal de Liturgia. Y más allá del resultado amplio y estadístico de lo que se pueda registrar, conviene tener en cuenta los siguientes destinatarios claves a la hora de evaluar la “situación litúrgica”.


a. Pueblo de Dios.

Es lo más difícil de evaluar sin caer en rápidos encasillamientos. Pero se hace urgente verificar tendencias. Un sistema de muestreo por preguntas podría ayudar. Lo que la Iglesia busca del pueblo de Dios en general está bien definido en S.C. 11 y 14: una participación activa, consciente y fructuosa en la vida litúrgica. Conocido el alcance de esta aspiración habrá que registrar causas positivas y negativas. Un análisis tipo FODA puede ser de utilidad. De todos modos, hay aspectos de la realidad que nunca quedarán registrados por ningún método sociológico, más si sabemos de la presencia del Espíritu de Dios y del Reino de Jesús que actúa pues la semilla germina y va creciendo, sin que el sembrador sepa cómo (cf. Mc. 4, 26-27). Con mirada de fe y esperanza, entonces, podrá completarse el panorama que puedan registrar los datos recabados.


b. Agentes de pastoral litúrgica.

Son los destinatarios más directos y naturales de la tarea de la CDL. A ellos hay que conocer, apreciar y ayudar. Si la Comisión diocesana se la concibe como un “órgano de servicio”, es a los hermanos que animan litúrgicamente las comunidades a quienes hay que servir. A ellos nos referimos en este punto, sean miembros de los equipos parroquiales o bien personas aisladas que están relacionadas con la pastoral litúrgica o con la organización de las celebraciones (se excluye en este punto a los sacerdotes de quienes se hablará en el punto siguiente). Diagnosticar la situación de los agentes de pastoral litúrgica no es demasiado difícil y de los cuatro grupos de destinatarios aquí señalados éste resulta el que con más objetividad y amplitud se puede conocer.
Ahora bien, en caso de valerse de estos hermanos para realizar, a su vez, un diagnóstico de las realidades particulares, será conveniente solicitarles especial realismo y objetividad pues a la hora de evaluar ellos la realidad y transferir esa información a la CDL puedan quedar, muchas veces, condicionados por la desazón o la experiencia negativa que tiñe la mirada general de estos servidores de la liturgia; otras, por el contrario, juzgarán todo acabado a partir de algunos resultados sobre los que se descansa con cierta comodidad.


c. Clero.

Es habitual, en contacto con los agentes de pastoral litúrgica antes aludidos, que tarde o temprano, frente a cualquier diagnóstico de la realidad, surja una constatación compleja: a los sacerdotes les cuesta involucrarse en la pastoral litúrgica; se verifica que muchos están interesados en otros aspectos de la vida eclesial y viven entregados a ella; y por ese motivo u otros, se convierten en un factor algo negativo en materia de liturgia, por desinterés, dejadez, desprecio, apresuramiento o ausencia. Ocurre también que por falta de tiempo y dedicación, en muchos casos, los sacerdotes apelen a las costumbres inerciales de los lugares (“siempre se hizo así”); a su vez, los estilos demasiado personalistas de los sacerdotes, la resistencia a toda indicación o consejo en materia de disciplina (la liturgia incluye una cierta disciplina), o la falta directa de sentido litúrgico, también se constata en ellos. No obstante y por el ministerio privilegiado que los sacerdotes deben desempeñar, es necesario considerarlos seriamente e involucrarlos adecuadamente en la preocupación de la CDL. La Comisión no puede ignorarlos. Por difícil que fuere, y en esto habrá que hablar claramente con el Obispo (sacerdote también), hay que destinar una energía particular a los sacerdotes. Diagnosticar “su realidad” en materia de Liturgia será importante. Esbozar las líneas de acción también.


d. Otros destinatarios

No hay que olvidar ámbitos de vida eclesial en los cuales hay vida litúrgica. Por ejemplo, las escuelas y colegios, las capillas y oratorios de las comunidades religiosas, las celebraciones de los movimientos, los santuarios, etc. Hacia todas estas situaciones habrá también que orientarse y deberán ser diagnosticadas pues a ellas hay también que servir.



3. Objetivos y metas (ideal y compenetración con ellos)


a. Objetivos

A partir del diagnóstico realista, registrado y consensuado entre los miembros de la CDL es necesario, en estado de oración, disponerse a trazar los objetivos de la Comisión. Parece importante distinguir objetivos de metas. Aquéllos son más generales, evaluables a mediano plazo, concretables de múltiples modos, etc. Las metas, en cambio, son acciones recomendadas, instancias inmediatas a realizar. Una meta no lograda, por ejemplo, no implica un objetivo no alcanzado. Será el análisis de un conjunto de metas el que defina el alcance satisfactorio o no de un objetivo.

Es importante la forma de determinar los objetivos; no deben ser formulaciones grandilocuentes, ni demasiado generales; por el contrario deben ser realistas, evaluables (medibles de algún modo), realizables con recursos a la vista, que permitan ulteriores progresos, variados, etc.

Los objetivos convienen que estén diferenciados por destinatarios. De acuerdo con los tres grandes grupos antes señalados puede haber objetivos bien diferentes, dada la diversa realidad de los destinatarios.


b. Metas de trabajo.

Cada objetivo formulado tiene que poder ser plasmado en metas de trabajo o acciones recomendadas. Aunque parezca obvio, hay que decir que las metas deben responder a los objetivos. Es necesario visibilizar adecuadamente las metas e incorporar en ellas lo que espontánea u ordinariamente se hace. Es decir, en la vida de la Iglesia hay lo que se llama una pastoral ordinaria (también en liturgia es así) y es ésta la que va generando la “edificación” del cuerpo eclesial. Nada de lo ya asumido por la pastoral ordinaria debe dejar de considerarse como positivo, aun cuando todo pueda o deba revisarse con cierta frecuencia. Pero es necesario tener conciencia de ello y no restringir la acción solamente a metas “extraordinarias”.



4. Recursos

Se entiende por recursos, lo que serían las partes integrales que animan la vida y los efectos de la CDL. Es decir, una CDL no puede funcionar si carece de recursos humanos, formativos, económicos, etc. Aun conscientes de haber expuesto ya algunos aspectos los resumiremos así:


a. Humanos

Ya se presentaron las características del miembro de la CDL; además de ellas, el Director diocesano debe procurar que en los momentos de trabajo, tanto “ad intra” como “ad extra” no falten los recursos propios de toda instancia de familia (la Iglesia está llamada a serlo) para que sus miembros crezcan humanamente. Procurar entonces el clima de fraternidad, sinceridad, normalidad y paz, será imprescindible. Porque el primer recurso es el cristiano comprometido y entusiasmado que ha decidido donar tiempo y energía personales para colaborar en la CDL. Para ello, según cada situación, habrá que procurar medios y recursos. Algunos tan humanos como escucharse, relacionarse sanamente, e incluso, compartir algún momento distendido o recreativo.

También habrá que cuidar el ámbito natural del trabajo. El hombre es un ser de arraigo; para estas actividades también es necesario contar con un lugar de referencia que tenga lo necesario para “estar” y “estar bien”, es decir a gusto y en paz. Si es una oficina, que no sea expulsiva sino que fomente la convivencia y la comunión. Pequeños detalles que significan “gratuidad” ayudan especialmente al clima que se necesita para trabajar a gusto.


b. Formativos

El Director diocesano debe velar pastoralmente por los miembros de la CDL para que puedan crecer en su formación teológica, espiritual, y rigurosamente litúrgica. Para ello hay que pensar en encuentros o celebraciones para la CDL. Invitar a otras personas a que ayuden, orienten o iluminen en temas en los que pueda necesitarse crecer. Tener una biblioteca (que se utilice, quizás ambulatoriamente) o recursos informáticos que puedan aprovecharse y compartirse ayudará también. Dada la índole de entrega y servicio que debe caracterizar a los miembros de la CDL, convendrá vigilar la actualización de los mismos, estando al día en la documentación litúrgica, las publicaciones que van surgiendo y difundiéndose, etc.


c. Económicos

Este aspecto no puede ni debe soslayarse. Aunque parezca crudo y pragmático, hay que decir que las buenas ideas lo son realmente si pasan el presupuesto. Y aquí hay que resolver el financiamiento de la CDL. Es prematuro declararse inicialmente en quiebra. Será necesario conversar entre todos los miembros, pues en esta área todos están decididamente involucrados, acerca de las posibilidades de recursos económicos que puedan obtenerse. La buena voluntad y la generosidad deben aparecer aquí. Hay instancias que organiza una CDL que pueden autofinanciarse; otras requieren inversión sin retorno. Habrá que ver quién puede ayudar un poco en este sentido y buscar algún respaldo; siempre hay alguien con más carisma para conseguir respaldos económicos. Eventualmente se puede acudir a alguna persona de Iglesia, fuera de la CDL que ayude en este cometido.


d. Específicos

Hay que definir si la CDL tendrá injerencia en las celebraciones de alcance diocesano, generalmente asociadas al ministerio episcopal. En ese caso, es bueno contar con material litúrgico para celebraciones con grupos numerosos, y cierta infraestructura que puede quedar al cuidado y administración de algún miembro del CDL. Este aspecto, a veces queda en manos del Seminario o de alguien de la diócesis ajeno a la CDL, o de alguna Parroquia “más pudiente” (Catedral o Santuario). Será necesario aclarar este aspecto. Los elementos litúrgicos que se utilizan en estas celebraciones deben ser especialmente dignos y ejemplares. Y el uso al que suelen ser sometidos, sumado a traslados, manipuleos, etc. no contribuyen a esa dignidad.


e. Subsidios

Los subsidios necesarios para la formación de los miembros de la CDL, ya mencionados, son un aspecto. Pero también será necesario contar con todo lo necesario para planear la emisión de subsidios para entregar a las Comisiones parroquiales, a los agentes de pastoral litúrgica y al clero. Importa organizar este servicio, siempre bien apreciado y por eso mismo, vale la pena una inversión de esfuerzo y recursos económicos.



6. Temática

A la hora de plantear una consideración de aspectos a iluminar, reforzar y animar, es muy útil seguir el itinerario temático que emerge de la SC. Así, habría que revisar en las diócesis:

1. a. El concepto que se tiene de Liturgia y su visión teológica;
b. el lugar que ocupa la liturgia en la vida de la Iglesia;
c. la consideración de las distintas relaciones de la Liturgia (con la enseñanza teológica, con la catequesis, con la espiritualidad, con los ejercicios de piedad, etc.);
d. el ideal de la participación buscada y promovida por el Concilio;
e. el conocimiento de los libros litúrgicos y sus introducciones (Ordenaciones –“Institutia”- y Notas previas –“Praenotanda”-);
f. el conocimiento de las posibilidades litúrgicas (adaptaciones);
g. el lugar, el tiempo, los destinatarios y el modo de la catequesis litúrgica general (en orden a la educación litúrgica);
h. la relación liturgia y vida cristiana.

2. a. El lugar que ocupa la Eucaristía en la vida cristiana en general;
b. la verificación adecuada de las cinco prerrogativas teológicas de la Eucaristía (memorial - sacrificio - alimento - presencia - eclesialidad);
c. el concepto de celebración;
d. los aspectos rituales de la Eucaristía y sus posibilidades;
e. el ejercicio y competencia de los distintos ministerios (guía, lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la comunión, monaguillos, sacristanes, etc.);
f. el lugar que ocupa la misa dominical y la santificación del domingo;
g. todo lo que debe prepararse para la celebración de la Eucaristía;
h. las Misas para los niños;
i. el uso adecuado del Leccionario;
j. el culto eucarístico fuera de la Misa.

3. a. La celebración del bautismo;
b. la liturgia en las catequesis prebautismales;
c. el itinerario sacramental de la iniciación de adultos;
d. la celebración de la confirmación;
e. la liturgia en las catequesis preconfirmación;
f. la recta celebración de la reconciliación;
g. las celebraciones penitenciales;
h. la celebración de la unción de los enfermos;
i. la celebración de los matrimonios;
j. la liturgia en la catequesis prematrimonial;
k. los ministerios eclesiales conferidos a los laicos;
l. la celebración de Órdenes;
m. la pastoral de los sacramentales.

4. a. La liturgia de las horas en la diócesis;
b. el oficio divino: difusión de su historia, teología, espiritualidad;
c. fomento de diversas posibilidades celebrativas de la Liturgia de las horas;
d. subsidios para la Liturgia de las horas.

5. a. Las características que se viven a lo largo del año litúrgico;
b. la difusión de los elementos propios de cada tiempo fuerte;
c. la espiritualidad de los santos y su lugar en el año cristiano;
d. el calendario propio de la diócesis;
e. el uso pastoral del martirologio.

6. a. La función de la música y el canto en la Liturgia;
b. normativa y criterios acerca de la música y el canto litúrgicos;
c. la oferta del repertorio musical; el cantoral diocesano;
d. la promoción musical y cantoral;
e. el ministerio del salmista;
f. los demás ministerios vinculados.

7. a. La consideración del arte sagrado;
b. la difusión de la iconografía cristiana;
c. el asesoramiento sobre los objetos litúrgicos;
d. las pautas para la construcción y/o refacción de iglesias y altares;
e. las celebraciones de dedicación de iglesias y altares.



7. Comunicación y difusión


a. Medios habituales de la comunicación y difusión

En la época actual no podemos vivir al margen de los recursos mediáticos que condicionan y orientan la vida. Podremos protestar o quejarnos de la excesiva o nefasta influencia de los medios pero su existencia es un hecho y la Iglesia, ya hace tiempo, ha optado por tomarlos como areópagos modernos en los que se hace imprescindible hacerse presente con eficacia, creatividad y empatía.

Todos los esfuerzos de una CDL apuntan a modificar una situación para movilizarla a un mejoramiento de la Liturgia en general y de la mentalidad conciliar en esta materia. Pues bien, con frecuencia se verifica una escasa llegada de las convocatorias que se realizan; en parte porque los destinatarios conviven con muchas otras exigencias, preocupaciones o tensiones. En parte porque la difusión de lo que se quiere ofrecer ha sido escasa o inadecuada. Es entonces la hora de recurrir a los medios habituales de comunicación y difusión para hacerse adecuadamente presente y obtener la llegada acertada al corazón del que debe recibirnos.

A su vez es la hora desafiante de pensar nuevos recursos didácticos y pedagógicos a la hora de formar, educar o transmitir conocimientos. El vasto campo de la educación litúrgica, imprescindible para lograr una “forma mentis” que la valore teológica y espiritualmente, pide encarnarse en los recursos educativos actuales y éstos deben tener en cuenta la cultura mediática en la que estamos inmersos.

En resumen, es necesario tener una disposición abierta a este mundo ya no tan nuevo y ciertamente omnipresente. Aprovechar estos recursos y conocer sus leyes internas para una eficaz comunicación, como también diagnosticar su efecto, será imprescindible.


b. Presencia informal

Dicho lo anterior, sabemos bien que en la Iglesia, por ser una comunidad “humano divina” funcionan otros canales y carriles de comunicación y comunión. Sabemos también que, con tiempos lentos, las cosas que tienen peso propio van instalándose en la conciencia general y eso se logra con perseverancia, paciencia, constancia; todas características que incluyen una “amistad” con el tiempo.



8. El contacto con las otras instancias


a. La CDL y las instancias menores

Forma parte de la vitalidad de la CDL el contacto asiduo con quienes animan la vida litúrgica de las parroquias, de las comunidades religiosas, de las escuelas, etc. Habrá que buscar modos de comunicación constante con todos ellos. En una diócesis grande quizás haya que buscar un esquema por decanatos o de delegaciones. Puede ayudar que los miembros de la CDL además de su competencia específica asuman una cierta representatividad de la CDL en una zona geográfica de la diócesis o bien con algunos de los sectores antedichos.


b. La CDL y las instancias mayores

De igual forma, es oportuno y conveniente, por razones eclesiales, ante todo, mantener contacto asiduo con otras CDL, sobre todo en la región pastoral; muchos emprendimientos pueden realizarse cuando se hacen esfuerzos mancomunados. Asimismo estrechar vínculos con la Comisión Episcopal de Liturgia (CEL) y su organismo ejecutor, el Secretariado Nacional de Liturgia (SENALI) cuya vinculación está dada por el Secretario ejecutivo de la CEl, a su vez Director del SENALI (Director Nacional de Liturgia). También es útil conocer el servicio eclesial del Departamento de Liturgia (DEL) del CELAM.



c. La CDL y las demás instancias eclesiales diocesanas

“La sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en El sin haber oído de El? ¿Y como oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" (Rom, 10,14-15)” (S.C.9). Este es el fundamento de la armónica relación de la CDL con otros organismos pastorales de la diócesis como también el hecho de estar representada en el Consejo diocesano de Pastoral (o equivalente).

No obstante, “la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza” (S.C. 10). La tensión entre la diversidad pastoral de la vida eclesial con la Liturgia debe resolverse en función de este ya famoso adagio conciliar. Considerando que no siempre se verifica en la mentalidad general, será importante la participación de algunos miembros de la CDL en instancias de comunión con otras dimensiones de la vida pastoral.


9. Evaluación de lo realizado

Es fundamental buscar momentos de revisión y evaluación. La evaluación en sentido estricto no es un puro diagnóstico aunque lo supone. La evaluación versa principalmente sobre los objetivos juzgándolos desde su alcance después del plazo inicialmente previsto para su cumplimiento; así, se juzgará que fueron cumplidos satisfactoriamente, cumplidos parcialmente, o no cumplidos.

Este análisis se diferencia de la evaluación inmediata y rápida que debe realizarse después de la consecución de una meta de trabajo. En este caso la evaluación analiza, en forma de revisión, la acción desarrollada (como meta) y la critica en función del aporte que constituyó o no, al objetivo al que se refiere la meta. Es decir, no basta con analizar, p.e. si a un determinado curso fueron muchas o pocas personas y analizar la causa sobre ello, sino que debe juzgarse si esa acción aportó o no al objetivo por el cual la acción fue planeada.

Hay que decir, por supuesto, que el “espíritu evaluativo” no debe exagerarse, en la línea del permanente diagnóstico. Esa actitud obsesiona y paraliza. Pero una evaluación anual de objetivos de alcance trienal ayuda a fortalecer lo que está débil, a reubicar lo que se ha olvidado o no se ha podido desarrollar, o bien a asumir nuevas metas u objetivos exigidos por la coyuntura del momento.

Habrá que evitar, también, análisis que surgen de una mirada aislada por sobre la mirada del conjunto; ocurre a veces, en ese sentido, que una opinión o evaluación expresada por una persona condiciona exageradamente la mirada general evaluativa. Será responsabilidad del Director diocesano velar para que la evaluación sea realista, objetiva, en el espíritu de la conversión, comprometedora.

Finalmente, cabe señalar que para lograr una evaluación ponderada de objetivos y metas, puede acudirse a diversos métodos de evaluación, hoy ofrecidos por las técnicas de análisis de las organizaciones.


[1] Siguiendo las indicaciones del magisterio pontificio reciente, preferimos asignar el término “ministro” a los ordenados e instituidos, utilizando los términos “servicio, servidor” (que también traduce a “ministerium”) para designar a los diversos ayudantes de la celebración (cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO Y OTROS Instrucción “Ecclesiae de misterio” sobre algunas cuestiones acerca de la cooperación de los fieles laicos relativas la ministerio de los sacerdotes 15.8.97, art. 1 § 2: AAS 89 (1997) 862)
[2] AUGE M. Liturgia. Historia. Celebración. Teología. Espiritualidad Cèntre de Pastoral Litúrgica (Barcelona 1995) 249-250. Se trata de un excelente manual que abarca todo lo que debe saberse básicamente sobre la liturgia.
[3] AUGE M. Liturgia 250. La espiritualidad litúrgica es esencialmente bíblica, cristocéntrica, comunitaria y mistagógica.
[4] ALDAZABAL J. Ministerios de laicos 93
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Algunas publicaciones de utilidad:
Secretariado Nacional de Liturgia de España, “El equipo de animación litúrgica”, Madrid, 1990.
J. Aldazábal, “El equipo de Liturgia” en Oración de la horas, Barcelona, n.12 (1987).
L. Brandolini, “Animación” en Nuevo Diccionario de Liturgia, Madrid, 1987, pp.96-111.
Departamento de Liturgia del CELAM, “Equipos de liturgia”, Bogotá, 1992.
C. Heredia, “El equipo de liturgia, ¿cómo organizarlo?”, Córdoba 1996.
M. D’Annibale, “Organismos de comunión y participación de la pastoral litúrgica” en Medellín, Bogotá, n.116 (2003)

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