Carta Ministro General de los Franciscanos por la Navidad




El Verbo de Dios se hizo carne
Evangelio del Padre llamado a ser restituido


Queridos hermanos: ¡El Señor os dé la paz!

VIII Centenario de la fundación de la Orden

Estamos a punto de clausurar el año Jubilar con el que hemos conmemorado los 800 años de la fundación de nuestra Orden, con la aprobación, por parte del Papa de la forma vitae evangélica que el Altísimo reveló a Francisco, y que el Poverello había mandado escribir en pocas y sencillas palabras (cf. Test 14, 15). Al final de estas celebraciones queremos, una vez más, alabar y bendecir al Altísimo, Omnipotente y Buen Señor por el don de Francisco a la Iglesia y al mundo, y por el don de tantos hermanos y hermanas que durante este tiempo, siguiendo la inspiración del Señor (cf. 1R 2, 1), han vivido en fidelidad creativa y gozosa la forma de vida que nos trasmitió Francisco. Entre todos ellos sobresale la figura de Clara, la Plantita de Francisco.

Las celebraciones del octavo Centenario de la Fundación de la Orden de los Hermanos Menores se iniciaron con una invitación urgente a la refundación, es decir, con una llamada a volver a lo esencial, a los fundamentos de nuestro carisma; a volver a las raíces de nuestra espiritualidad; y, al mismo tiempo, a reconocer, leer, e interpretar, a la luz del Evangelio, los signos de los tiempos: “ráfagas de luz presentes en la noche oscura de nuestras vidas y de nuestros pueblos, faros generadores de esperanza” (El Señor os dé la paz (= Sdp), 6), “voces que el Espíritu nos lanza y que piden respuesta” ( Portadores del don del Evangelio, (= PdE), 14).

Entonces resonó fuerte en nuestros corazones la llamada apremiante a “nacer de nuevo” (Jn 3, 3), a “no domesticar las palabras proféticas del Evangelio para adaptarlas a un estilo de vida cómodo” (Sdp 2), pues sólo así podremos “nutrir desde dentro, con la fuerza liberadora del Evangelio, nuestro mundo fragmentado, desigual, y hambriento de sentido, tal como hicieron en su tiempo Francisco y Clara de Asís” (Sdp 2), siendo nosotros mismos “signos de vida legibles para un mundo sediento de un cielo nuevo y una tierra nueva (Is 65, 17; Ap 21, 1)” (Sdp 7). Esa misma llamada a la conversión sigue acompañándonos hoy en nuestro camino, como exigencia para dar a
luz una nueva época, y despertar una nueva visión de la vida, cimentadas en la justicia, el amor, y la paz (cf. Sdp 2).

Y volviendo a lo esencial, a nuestras raíces y fundamentos, nos hemos encontrado con
el Evangelio. No podía ser de otra forma, ya que nuestra Fraternidad está enraizada, tiene su origen, en la escucha del Evangelio, y, por tanto, en Cristo que nos habla a través de él (cf PdE, 6). Haciendo memoria agradecida de nuestro pasado hemos tomado mayor conciencia que para gustar la gracia de los orígenes, vivir el presente con pasión, y abrazar el futuro con esperanza (cf. Novo Millemnio Ineunte, 1), objetivos últimos de las celebraciones jubilares, era necesario volver al Evangelio, poner a Cristo en el centro de nuestras vidas, pues sólo así nuestra vida podrá recuperar la belleza, la poesía, y el entusiasmo de los orígenes.

Y hemos intuido también el camino que, además de llevarnos a lo esencial de nuestra experiencia de fe y de nuestra espiritualidad nos llevase también a responder a las exigencias más profundas de nuestra sociedad. Este camino lo hemos señalado con tres palabras: centrarse, concentrarse, y descentrarse. Centrarse en aquel que para nosotros lo ha de ser todo: el bien, todo bien, sumo bien, como lo fue para Francisco (cf. AlDA 4).

De ahí la razón por la cual “tener el corazón constantemente vuelto hacia el Señor” (1R 22, 19) se nos presentaba, y sigue presentándosenos, como la prioridad de las prioridades; y abandonar todo impedimento y dejar de lado toda preocupación para poder servir, amar y honrar al Señor Dios, con corazón y mete puros (cf. 1R 22, 26) aparecía y aparece ante nosotros como el gran reto en este momento en que el activismo, también el apostólico, a menudo se presenta como una huída hacia delante, que intenta, inútilmente, llenar un vacío de Dios en la propia existencia. Concentrarse en los elementos esenciales de nuestro carisma, con la finalidad de evitar la fragmentación y la dispersión, que tantas veces nos afecta. Y estos elementos esenciales los hemos individuado en las llamadas Prioridades que nos acompañan desde el Capítulo de 1997 como “llave de lectura para vivir nuestra identidad y para comprender las aspiraciones del mundo” (Sdp 4), y que, por voluntad del Capítulo de Pentecostés 2009, nos seguirán acompañando en este sexenio (cf. Mandato capitular 1).

Estas Prioridades –espíritu de oración y devoción, vida fraterna en comunidad, minoridad, pobreza y solidaridad, evangelización y formación-, no son valores opcionales, sino valores que nos identifican como Hermanos Menores, pilastras de nuestra fidelidad al Evangelio, consecuencia de una vida radicalmente evangélica, tal y como la vivió Francisco y nos la propuso en su propósito de vida. Descentrarse para ir al mundo, nuestro claustro, y allí, inter gentes, proclamar que sólo Él es omnipotente (cf. CtaO, 9). Hoy, más que nunca, somos conscientes que no hemos sido llamados para nosotros mismos, sino para los demás, y que nuestras fraternidades no son para ellas mismas, sino para hacer conocer el Reino de Dios. Somos y queremos seguir siendo los frailes del pueblo y para ello hemos de salir por los caminos del mundo siendo, portadores del don del Evangelio.

De cara al futuro

Asumida nuestra total pertenencia al Señor –centrarse-, y nuestra identidad como Hermanos Menores –concentrarse-, es ahora el momento de ir por todo el mundo –descentrarse-, siempre inter gentes, pero también ad gentes, para llevar, con nuestra vida y nuestra palabra, la Buena Noticia a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad. Precisamente el Capítulo general 2009, en su documento final Portadores del don del Evangelio, nos piensa y define así: “recorriendo los caminos del mundo, como Hermanos Menores evangelizadores, con el corazón vuelto hacia el Señor” (PdE 10). He ahí nuestro programa para un presente lleno de pasión por el Reino, y para un futuro en clave de esperanza: revivir el carisma, dinamizando la misión. He ahí nuestro compromiso para estos próximos años: reavivar en nosotros el ardor misionero y evangelizador, para restituir el don del Evangelio, dentro de los confines geográficos de nuestros propios pueblos, pero, si ello place al Señor, hasta los confines de la tierra.

Sí, conscientes que “el Evangelio es un don destinado a ser compartido”, somos llamados a ir, por los caminos del mundo, cruzando fronteras, atravesando confines geográficos y culturales, “para hacer una oferta de la fe mediante un testimonio compartido” (PdE 11), con todos los otros agentes de evangelización: sacerdotes, religiosos/as y laicos; y siempre partiendo de la centralidad debida “al Dios trino, como principio integrador de nuestra vida, de nuestras fraternidades y de nuestros hermanos”, pues sólo partiendo de este presupuesto de fe, podremos entender que la misión evangelizadora es esencialmente inherente a nuestra vocación franciscana(PdE 12). Ninguna barrera puede detener a aquel que ha sido tocado por el dinamismo
del Evangelio.

Este continuo esfuerzo por cruzar fronteras los permitirá habitar las fisuras de un mundo fragmentado, caracterizado muchas veces por “la discriminación, la exclusión y, en ocasiones extremas, violencia física, psíquica e ideológica” (PdE 22).
Nuestra historia es una historia de inculturación y de encarnación, particularmente entre las gentes menos favorecidas. Desde nuestra identidad franciscana, reconocemos la urgencia de “dejarnos seducir por los claustros olvidados e inhumanos, donde la belleza y la dignidad de la persona son constantemente mancilladas (cf. 1R 9, 2)” (Sdp 37), la necesidad de escoger, con mayor decisión, “lugares de frontera y marginalidad” (El Señor nos habla en el camino (=Shc), 33), y en ellos, desde la lógica del don y del servicio gratuito, con creatividad y fantasía, restituir el don del Evangelio a los pobres, nuestros maestros (cf. Juan Pablo II. Mensaje 8.2.2004). Es también desde estos principios, y teniendo en cuenta los desafíos que se ponen ante nosotros, desde los que estamos llamados a llevar a cabo una seria revisión de nuestra misión evangelizadora, e iniciar, con lucidez y audacia, caminos inéditos de presencia y de testimonio (cf. Shc 33. 35).

En estos momentos hemos de reconocer que el ardor misionero ha decaído entre nosotros en estos últimos años. También es bien palpable que en algunos hermanos y entidades el inmovilismo amenaza con paralizar el dinamismo evangelizador. En todo ello no es secundario el peso de ciertas estructuras que nos impiden sentirnos libres a la hora de partir hacia otras tierras, o a la hora de iniciar nuevas presencias evangelizadores más en consonancia con las exigencias de hoy. Con razón el Capítulo 2009 non invitaba a descentrarnos de nosotros mismos, a ejemplo de Jesucristo (cf. Fil 2, 6-7), a ser menos autoreferenciales, a ocuparnos menos por nuestra propia supervivencia, a superar la mentalidad provincialista, y a crecer en el sentido de pertenencia a la Orden (cf. PdE 14. 31).
Cada vez estoy más convencido de la necesidad del redimensionamiento de presencias si queremos que nuestras fraternidades sean verdaderamente fraternidades-signo, fraternidades proféticas, y si queremos responder a nuestra vocación misionera ad gentes, así como una formación adecuada, permanente e inicial, en clave de misión evangelizadora.

Cada vez se hace más necesaria la docilidad al Espíritu, que sopla donde quiere y como quiere, y nos impulsa a la misión, a salir al encuentro con el otro para comunicarle la Buena Noticia; cada vez es más urgente una lectura atenta de los signos de los tiempos y de los lugares y dejarnos interpelar por ellos para encarnarnos real y efectivamente en la realidad socio-cultural de nuestros pueblos y de nuestra sociedad. Pero, sobre todo, se hace necesario cultivar una fe y espiritualidad trinitarias.

En este contexto hemos de ser autocríticos y preguntarnos, como nos pide el Capítulo 2009, “si el inmovilismo y la instalación que amenazan con paralizar el dinamismo evangelizador no estarán hablando de una crisis de fe que toca a algunos de nosotros” (PdE 12). Sólo “el Dios uno y trino nos conduce fuera de nosotros mismos hacia el encuentro con el otro, con el diverso de nosotros mismos (cf. Shc 22). ¿No será, también, que nos falta una auténtica experiencia de Dios? Sólo “una auténtica experiencia de fe, en efecto, nos pone en movimiento, porque no es posible sentir el abrazo de un Dios locamente enamorado porque es amor y sólo amor, sin sentir al mismo tiempo la necesidad urgente de compartir esta experiencia con los demás” (PdE 11). ¿No será que estamos demasiado centrados sobre nosotros mismos y no nos dejamos interrogar por fenómenos como la interculturalidad, la reivindicación y la defensa de los derechos humanos, la crisis económica, el ecocidio, y la pobreza espiritual y material que nos rodea? (cf PdE 14). ¿No será que estamos dando la espalda al devenir del mundo, cuando nuestra misión es precisamente la de acompañar nuestro mundo, no como quien tiene respuestas para todo, sino porque al igual que nuestros contemporáneos somos mendicantes de sentido? (cf. PdE 29, Shc 6).

Es Navidad

Queridos hermanos: es Navidad. Hemos sido bendecidos con un don, el don por excelencia que brota del amor del Padre por la humanidad: “su Hijo bendito y glorioso que nos ha dado y que por nosotros nació” (2CtaF 11).
Esta es la Buena Noticia que como don hemos recibido y de la que no somos propietarios, y, por tanto, que estamos obligados a restituir: “El Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (2Cel 15). El padre y hermano Francisco vivió la Navidad como un don a restituir.

¡Levantaos! ¡Poneos en camino!
Siento, queridos hermanos que el Señor nos dice, es más, nos grita ¡Levantaos! ¡Poneos en camino! ¡Levantaos! ¡Poneos en camino! Sanad las heridas de vuestro mundo, acompañando en los lugares de fractura a vuestros hermanos y hermanas en un proyecto común de paz y de justicia, radicado en el Evangelio; y, a ejemplo del Hijo de Dios, despojaos, asumid la condición de los hombres y mujeres de vuestro tiempo (cf. Fil 2, 6-7), y como el Apóstol Pablo haceros todo para todos, haced todo por el Evangelio (cf. 1Cor 9, 22-23).
¡Levantaos! ¡Poneos en camino! Cuidad la calidad evangélica de vuestra vida fraterna, favoreciendo el que la vida de oración sea vivida como manifiesta prioridad, de tal modo que vuestras fraternidades sean verdaderas “escuelas de oración”; donde la comunicación sea de tal espesor que sea posible expresar y celebrar el gozo de vuestra vocación y vuestra experiencia de fe; donde se dé un acompañamiento “materno” de unos para con otros; y donde los hermanos permanezcáis en permanente actitud de discernimiento.
¡Levantaos! ¡Poneos en camino! Acoged el Evangelio en vuestra vida, dejaros habitar por él, y será el mismo Evangelio el que cambie vuestras vidas, como cambió la de Francisco, haciéndoos evangelio viviente (cf. PdE 5). Nutriros cotidianamente del Evangelio, para que la sed saciada se transforme en mensaje, como en el caso de la Samaritana (cf. Shc 17). Id por el mundo y, en fraternidad y desde la fraternidad, en minoridad y desde la lógica del don, con lucidez y audacia evangélicas, y siempre en comunión con la Iglesia, anunciad a todos que Jesús, Evangelio del Padre a la humanidad, manifestación del Dios amor, es nuestro hermano, el Salvador de la humanidad.
¡Levantaos! ¡Poneos en camino!
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!

Roma, 8 de diciembre de 2009,
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Reina y Madre de la OFM
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro General

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