Meditación para el Adviento 2009.

Lo escribio un ex profesor de la Facultad, Carlos Javier García de Buenos Aires...



Meditación para el Adviento 2009.
Caminar con alegría hacia la paz


Al leer los textos que la liturgia nos propone en los domingos de este Adviento, encontramos algunos ejes que merecen ser reflexionados. A esto apuntan estas líneas.

Los primeros temas que aparecen son el camino y la promesa. Es interesante que el primer texto comienza con la palabra de Dios diciendo: “…cumpliré la promesa…” (Jer. 33,14). Sin embargo parece que la condición para que ese cumplimiento llegue a término es que el ser humano se ponga en camino, pero no de cualquier manera; este camino está orientado por la justicia y el derecho, por el amor y la lealtad. El hombre piadoso, entonces, le pide a Dios “guía mis pasos”, “muestra el camino”. Por esta razón no debe sorprendernos que este caminar sea principalmente interior. Pablo –en la segunda lectura– pide a Dios que “…fortalezca interiormente…” a los fieles de Tesalónica. Este camino interior se manifiesta en la vida de la comunidad ya que crece “…más y más el amor que se tienen unos a otros…” (1 Tes. 3, 12).

El cumplimiento de la promesa de Dios estará acompañado de señales que harán temblar a todos, pero el mandato para los que caminan en el Señor, los que “…están vigilando y orando…” (Lc.21, 36), es todo lo contrario al pavor: “…enderécense y levanten la cabeza, porque está cerca su liberación” (Lc. 21, 28) y más adelante “… estén de pie ante el Hijo del Hombre.” (v.36)

Frente a los mandatos del esfuerzo y del camino del primer domingo, los textos del segundo tienen como palabra clave la alegría. Se repiten vocablos como canto, alegría, risa. San Pablo dice que reza por los filipenses y agrega “Y lo hago con alegría” (Flp. 1,4) y la causa de este regocijo está en el último versículo del evangelio del día: “Todo mortal entonces verá la salvación de Dios” (Lc.3, 6). Pero también aquí el ser humano tiene que poner lo suyo, porque esta alegría nace de lo profundo del hombre y éste debe enderezar lo que está torcido, rellenar los pozos, allanar las elevaciones. Y, por supuesto, no es un “plan vial”, sino un proyecto de vida: enderezar las opciones que nos alejan de Dios, rellenar los vacíos de soledad que nos provoca nuestro egoísmo, allanar las montañas de nuestro orgullo.

Esta insistencia en la alegría se repite en el tercer domingo. San Pablo remarca “estén alegres” (Flp. 4, 5); “grita de gozo”, “no tengas miedo” nos dice el profeta Sofonías y agrega algo sorprendente: Dios mismo “saltará de gozo al verte a ti y te renovará su amor…” (v. 17). La expresión “a ti” está dirigida a cada uno de nosotros. Sí, Dios “gritará de alegría” si aceptamos su amor. Para alcanzar esta alegría “¿Qué tenemos que hacer?”. Esta pregunta se repite varias veces a lo largo del texto del evangelio que narra la predicación de Juan. La respuesta del profeta es muy simple: ser solidarios. “El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo” (Lc.3, 11), y, además, cada uno en su función sea honesto. Es un texto que hay que relacionar con la descripción del Juicio Final que Jesús hace en Mateo 25, 31 y ss.

En este mismo domingo aparece en la lectura de Filipenses una palabra que es el nexo para el cuarto domingo. Dice Pablo: “…y la paz de Dios, que es mayor de lo que pueden imaginarles guardará sus corazones…”(Flp. 4, 7). La paz de Dios. El profeta Miqueas le habla a la ciudad de Belén y le anuncia que el niño que nacerá allí “será su paz”, será la paz del Pueblo de Dios.

El Adviento es un tiempo propicio para pedirle a Dios su paz. Es lo que hacemos en el salmo responsorial: “Oh Dios, es hora de que regreses…” (V. 15). Sin embargo Dios siempre hace las cosas con el hombre, y para que la paz de Dios llegue al ser humano éste debe tener una disposición especial. Es lo que nos enseña San Pablo en la segunda lectura: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad” (Heb. 10, 9).
Ahora bien, un personaje central del Adviento es María, que precisamente permite que Dios se encarne en ella cuando acepta y dice “Hágase en mí como has dicho” (Lc. 1, 38). En ella este hacer la voluntad de Dios se da “sin demora”, como leemos en el evangelio. “Sin demora” se pone en camino para ayudar a su prima Isabel, es decir, cumple con la solidaridad reclamada por Juan en la predicación. Todo el encuentro es de alegría y el último versículo del evangelio cierra, en consonancia con el “cumpliré la promesa” del primer domingo. Isabel, “llena del Espíritu santo”, exclama “¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirán las promesas del Señor!” (Lc. 1, 45)

Dos preguntas pueden ser oportunas para meditar durante este tiempo: ¿Caminamos este Adviento, que es nuestra vida, con la alegría de saber que Dios cumplirá sus promesas? ¿Buscamos construir un mundo más justo y solidario? Si es así, sentiremos que la paz de Dios nos abraza desde un niño indefenso que busca un lugarcito en nuestro corazón y en el de nuestra comunidad para nacer.

Carlos Javier García

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