El pasado 2 de noviembre se conmemoró el día de los Fieles Difuntos, para ello Fr. Francisco celebró con permiso del Padre Julio Velásquez, la Santa Misa en el Cementerio Municipal a hs. 17:00, mientras que por la mañana a hs. 10:00 se celebró en el Cementerio de La Loma. Como nos encontramos dentro de las celebraciones por los 800 años de la creación y aprobación de la Regla Franciscana, rogamos a Dios especialmente por todos los frailes, religiosas y terciarios franciscanos que evangelizaron nuestro norte salteño y que hoy están en la Casa del Padre. "Dales, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz que no tiene fin".
Al día siguiente de la fiesta de Todos los Santos, la Iglesia recuerda a todos los hombres que han llegado al término de su vida y pide por sus almas en el día de los Fieles Difuntos. Fundamenta esta tradición en dos creencias que tenemos los cristianos: todos formamos un solo cuerpo: el Cuerpo de Cristo (Cf. 1Co 12,12-31), por lo que no podemos desentendernos de los miembros que ya nos han precedido en la muerte; y resucitaremos un día de entre los muertos, del mismo modo que Cristo ha resucitado. La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que "no es un Dios de muertos sino de vivos" (Mc 12,27).
La muerte:
A todos nos preocupa la muerte, sin embargo, para los cristianos no debe ser motivo de angustia y desesperación. A través de la muerte, el hombre consigue llegar a su fin último que es volver a Dios de quien procede. Sabemos que un día vamos a resucitar con Cristo, pero para esto es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2Co 5,8).
La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están sometidas al tiempo, en el cual cambiamos, envejecemos y, como todo ser vivo, tenemos un término, que es la muerte. Ante esta realidad, debemos pensar que contamos con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios.
La muerte es consecuencia del pecado. Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. La muerte fue contraria a los designios de Dios Creador y entró en el mundo como consecuencia del pecado (Cf. Gn 2,13; 3,3; 3, 19; Sb 1,13; Rm 5,12; 6,23). El hombre se hubiera librado de la muerte corporal si no hubiera pecado, es pues, el último enemigo que el hombre debe vencer. (Cf. 1Co 15,26).
La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Su obediencia, transformó la maldición de la muerte en bendición y promesa de resurrección. ( Cf. Rm 5, 19-21).
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La novedad consiste en que por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente muerto con Cristo, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona nuestra incorporación a Él en su acto redentor.
En la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último descanso.
El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Esto no quiere decir que no se sienta tristeza y dolor ante la muerte propia o de un ser querido, pero, es diferente afrontar el dolor con la esperanza de que un día volveremos a reunirnos ante el Señor.
La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están sometidas al tiempo, en el cual cambiamos, envejecemos y, como todo ser vivo, tenemos un término, que es la muerte. Ante esta realidad, debemos pensar que contamos con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios.
La muerte es consecuencia del pecado. Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. La muerte fue contraria a los designios de Dios Creador y entró en el mundo como consecuencia del pecado (Cf. Gn 2,13; 3,3; 3, 19; Sb 1,13; Rm 5,12; 6,23). El hombre se hubiera librado de la muerte corporal si no hubiera pecado, es pues, el último enemigo que el hombre debe vencer. (Cf. 1Co 15,26).
La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Su obediencia, transformó la maldición de la muerte en bendición y promesa de resurrección. ( Cf. Rm 5, 19-21).
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La novedad consiste en que por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente muerto con Cristo, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona nuestra incorporación a Él en su acto redentor.
En la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último descanso.
El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Esto no quiere decir que no se sienta tristeza y dolor ante la muerte propia o de un ser querido, pero, es diferente afrontar el dolor con la esperanza de que un día volveremos a reunirnos ante el Señor.
¿Cómo resucitan los muertos?
Resucitar quiere decir, volver a la vida aún muerto.
La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia lógica de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. Esperar la resurrección, es otro misterio de la vida cristiana, que se fundamenta en las promesas hechas por Dios en su Palabra.
No es lo mismo que reencarnación. La doctrina de la reencarnación es contraria a la fe cristiana. Los cristianos creemos que cada hombre tiene una sola vida y una sola oportunidad para realizarla según la voluntad de Dios. Si el hombre vive de acuerdo a lo que Dios quiere, va a resucitar un día, en cuerpo y alma, igual que Jesús.
La muerte es la separación del alma y del cuerpo; el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
Cristo resucitó con su propio cuerpo. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo que tienen ahora, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria", en "cuerpo espiritual" (Cf. Lc 24,39; Flp 3,21; 1Co 15,44). Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe.
Todos los hombres que han muerto "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5,29; Cf. Dn 12,2). Esta resurrección será en el "último día", "al fin del mundo" (Cf. Jn 6,39-4.44.54; 11,24). La resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo, es decir a su segunda y definitiva venida. (Cf. 1 Ts, 4,16)
No es lo mismo que reencarnación. La doctrina de la reencarnación es contraria a la fe cristiana. Los cristianos creemos que cada hombre tiene una sola vida y una sola oportunidad para realizarla según la voluntad de Dios. Si el hombre vive de acuerdo a lo que Dios quiere, va a resucitar un día, en cuerpo y alma, igual que Jesús.
La muerte es la separación del alma y del cuerpo; el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
Cristo resucitó con su propio cuerpo. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo que tienen ahora, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria", en "cuerpo espiritual" (Cf. Lc 24,39; Flp 3,21; 1Co 15,44). Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe.
Todos los hombres que han muerto "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5,29; Cf. Dn 12,2). Esta resurrección será en el "último día", "al fin del mundo" (Cf. Jn 6,39-4.44.54; 11,24). La resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo, es decir a su segunda y definitiva venida. (Cf. 1 Ts, 4,16)
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